sábado, 15 de octubre de 2011

Recital de Joaquín Sabina Instituto Cervantes, New York 13 de octubre, 2011




Recital de Joaquín Sabina
Instituto Cervantes, New York
13 de octubre, 2011
Viaje al centro de la tierra


Ella, rubia, despampanante y fatal, gabardina roja, 9 años de edad, de nombre no sé. Valiente, medio nerviosa al principio aunque segura al fin; dónde, en la mitad de unos cuerdos de atar que casi le cortan las alas.
Él, sonriente, senil, hombre de muchos caminos, limador de versos en un cafetín, medio farsante y a la postre orgulloso, llamado Joaquín a saber.
- Señor Sabina, sepa usted que a mí también me gusta escribir poemas. Y me gustaría saber usted cómo hace para inspirarse.- Preguntó, mientras su padre enrojeció un poco, cruzó las piernas y se esforzó para hacerse entrar en la silla; quiso lucir pequeño, pero falló y todos lo vimos.
En ese momento pensé, qué hubiera sido de aquella pregunta tan importante de haber provenido de otra persona. “¿Cómo es el arte poética de Joaquín Sabina?”, diría el culto varón sentado en la última fila. “¿Cómo se aprende a rimar cicatriz con epidemia?”, preguntaría el fan al borde del llanto con su último disco en la mano. “¿Nos podrías contar algo acerca de la manera como te inspiras?”, diría la joven periodista. Pero no, fue tal y como ocurrió, así y no de otra forma, una niña de rojo preguntando a Sabina, simplemente, cómo hacía para inspirarse.
Aterrado y diría yo más nervioso que poco cortés, mesie Madrid, ante una pregunta de semejante talante, resolvió ponerse en pié para mirar a aquella damita, fijamente, y dar vuelta a tal envestida “¿Cómo lo haces tú?”, preguntó. En ese momento, su padre doblegó el esfuerzo por embutirse en esa silla que cada vez se hacía más chica. Falló de nuevo y todos aún lo veíamos, mano en la frente, ceño fruncido, pierna cruzada y sudor.
La ternura fue algo que nació poco a poco. Dado que yo estaba ubicado en la mitad de los dos –digo, del llamado Sabina y de ella, la niña- a un costado, la visión que podía tener del asunto era panorámica. Estando en pié él, ella sentada finalmente le contestó. “Pues yo todas las noches antes de dormir leo un poco. Entonces dependiendo del libro que esté leyendo pues se me empiezan a ocurrir ideas. Entonces prendo la luz y escribo sobre eso. Así me inspiro yo, señor Sabina.”
En ese momento, dio la casualidad que su padre ahora daba más la impresión como del perdido que acaba de ser encontrado. Ahora el esfuerzo consistía en hacerse visible. No tuvo que hacer demasiado por ello, la verdad, pues con la luz de su pequeña hija bastaba. En cambio, ahora el que se quería ir a la mitad de la tierra era el llamado Joaquín. Y lo hizo. Claro, no sin antes pedir un aplauso para aquella gabardina roja con niña, de tan sólo 9 años de edad.